viernes, 15 de febrero de 2008

Rebirth

Después de un mes y medio sin computador por fin puedo escribir nuevamente en el mío, con toda la disposición de tiempo que me permite hacerlo desde mi casa.
Ayer pensaba que esto de meterle mano al computador de uno, cambiarle cosas, ponerle hardwares más modernos y dejarlo más potente y mejor era algo así como volver a nacer, como una nueva oportunidad, como un renacimiento. Mi estado eufórico, al comprobar que ahora mi equipo tenía más potencia, que estaba actualizado, que tenía más memoria, que tenía programas muy recientes, etc., ese estado eufórico creo que tenía que ver con una sensación de "ahora si todo va a ir mejor".
Por mientras, mi vida va un poco en ese mismo sentido. Mi deseo de prosperidad de pronto pareciera que se pudiera cumplir y, como si se tratara de un mundo mágico o fantástico, se van dando posibilidades que me están anunciando que si, que parece que si, que no se va a a tratar de un mero deseo, sino de una realización.

Vaya vaya con las cosas que uno desea. Ahora, si mi deseo de prosperidad se cumpliera me asalta una pregunta: ¿qué hacer con ella? Pero mejor vamos paso a paso, no vaya a suceder lo que en la fábula de la lecherita...

viernes, 1 de febrero de 2008

Identidad

Todos queremos ser, de alguna manera, distintos al resto. Queremos que se nos aprecie por algo que nos diferencie, que nos haga particulares, singulares. Por eso cuando nos encuentran parecidos a alguien normalmente reaccionamos de forma un poco reactiva, insistiendo en alguna cualidad o rasgo que, en realidad, nos diferencie de ese socías al cual se nos quiere igualar. ¿Por qué reaccionamos así?
No sé si en un cuento de Borges o en otro escritor se habla del doble, y a propósito de ese evento improbable he leído por ahí que la sola posibilidad de encontrarnos un día frente a frente con uno igual a nosotros pareciera que provocaría una reacción agresiva, brutal, además de sorpresiva y tal vez terrorífica. Imaginemos que un día vamos por la calle y al frente vemos venir a uno que poco a poco, según nos vamos acercando a él, vamos descubriendo que es... yo. Al ver el rostro de esa persona vemos reflejado también el asombro, la sorpresa y la extrañeza. Uno de los dos, solamente, es yo, el otro es un impostor, una imagen, algo falso. ¿Qué hacer con este sujeto?, ¿convencerlo?, ¿anularlo?, ¿tratar de conocerlo? Si ese otro es yo mismo ¿sabrá cosas de mi que yo no he logrado saber aún? ¿Qué vida tiene ese otro yo?, ¿será un yo próspero, por ejemplo?, o ¿tendrá novia brasilera?, ¿seguirá viva su mamá?
Como les he comentado, en mi casa tengo ahora dos gatos. La puerta de mi cocina es un vidrio opaco que permite ver el reflejo del entorno. He descubierto que Bielsa, uno de mis gatos, que es bueno para la pelota y le falta un diente, a veces se queda pegado frente a ese espejo, y más aún, que se dedica a observarme en el reflejo que le devuelve esa puerta. He observado en otros gatos que la sola imagen del espejo los pone erizados, que al parecer se asustan y que les cuesta abuenarse con esa imagen que es la de ellos mismos.
Por mi parte, me pasa que normalmente no me gusta ver mi imagen reflejada sorpresivamente en una vitrina en la calle, casi siempre la rehuyo. Eso no significa que en la intimidad del baño no me concentre en mi rostro -especialmente cuando me afeito- y trate de encontrar mi mejor ángulo o, mejor, simplemente verme bien. Pero no más de eso. De todas maneras ustedes saben que uno se engaña tantas veces, ¿cierto? Pero dentro de lo que me conozco es así, como les cuento.
Han habido ocasiones donde, sin embargo, me he aferrado a mi propia imagen, especialmente en momentos de crisis, donde he ido a la búsqueda de mi rostro en el espejo y me he mirado largamente, a veces diciéndome a mi mismo cosas buenas. Son ritos, estados, situaciones en las que creo que nuestras propias imágenes se han derrumbado o están amenazadas por algo.
De todas maneras la imagen que tenemos de nosotros mismos siempre están sujetas al cuestionamiento implícito que en ocasiones nos retorna de la mirada de los otros. ¿No hay algo más violento que le pregunten a uno, de sopetón, por qué estamos mirando con "esa cara"? Ese tipo de observaciones provocan a veces un efecto paralizador.
Pero hay otras miradas, amorosas, embobadas a veces, como las miradas que recibimos de quien nos ama o como esa mirada de orgullo que me dio mi madre el día que tras dos años sin vernos me dio en el aeropuerto de Barajas hace tanto tiempo atras. Son ese tipo de miradas las que nos hacen sentirnos confiados, amados, reconocidos, miradas sin cuestionamiento en las que nos apoyamos para sentirnos vivos, reales, completos.
Nuestra propia identidad tiene que ver tanto con lo que queremos ser, lo que valoramos, como también tiene que ver con lo que no queremos ser, lo que rechazamos. Se trata del Yin y Yang, las luces y sombras de las cuales estamos hechos.