sábado, 5 de diciembre de 2009

Pérdidas

La plata va y viene, el amor nos acaricia y a veces nos abandona, los amigos se acuerdan de uno y otras veces te olvidan, en un momento tienes una familia, en otro eso ya no existe más. ¿Cómo enfrentar estos vaivenes de la vida manteniendo nuestro centro a salvo de la euforia o del abatimiento? 

En un olvido dejo mi tarjeta de crédito en un cajero automático, solo más tarde me doy cuenta de que la dejé ahí, llamo al banco para invalidarla pero ya hace rato que es demasiado tarde, me avisan que me sacaron una buena cantidad de dinero, recibo la noticia con desazón, no se trata de una pérdida catastrófica pero es una fuerte pérdida, suficiente como para hacerme pensar en qué ando yo como para que me llegue este aviso de la vida. 

En la tarde recibo un power point y lo leo, en él se relata una historia de una madre que se despide de su hija y que le desea que sea suficientemente feliz, el relato pretende mostrar que se trata de un deseo de sabiduría, es decir, la madre le desea a su hija que tenga suficiente amor, suficientes éxitos, suficiente de todo. También le desea que tenga suficientes pérdidas, para que sepa valorar lo que tiene. 

La frase me hace pensar en mi pérdida tan reciente, en todo ese dinero que ya no tendré y en la mala sensación que me queda en cuanto a todo lo que ha envuelto esa pérdida. Decido que ya no me compraré el bajo acústico, trato de consolarme pensando que la plata que perdí en realidad es una plata que a futuro la iba a malgastar, que pronto tendré muy buenas entradas, que a lo mejor a esa persona le hacía falta... pero nada me consuela. Imagino las cosas que podría haber hecho con ese dinero: un bajo acústico, una buena noche de parranda sin límite, tal vez un viaje, ayudar a mi hermano, ciento setenta vinilos, la lista puede ser larga y la mala sensación altera mi tranquilidad. Llamo a algunos contactos laborales, a un amigo, quiero que me paguen lo que me deben, pienso en cómo recuperar lo perdido. Imposible. Ese dinero ya no está ni estará mas. 

Eso fue ayer. Hoy la sensación sigue acompañándome pero más atenuada, es día viernes por la noche y me siento un poco solo, nadie me ha llamado, tampoco he llamado a nadie. Salgo al balcón a fumar, recuerdo el dinero perdido y pienso en otras cosas relacionadas, por ejemplo que extraño la amistad de un amigo en particular, siento esa ausencia también como una pérdida. 

Esta pérdida monetaria me llega un poco como si fuera parte de ese deseo materno de la fábula, se trata de una pérdida que quiero entenderla como un mensaje que apunta a algo tan simple como saber valorar lo que tengo, es decir, a cuidar lo que tengo. 

En este año me ha tocado vivir la abundancia y con ella el gasto sin muchos miramientos, casi como si viviera una especie de mareo o voracidad más o menos controlada. Ahora, pienso que eso ha sido bueno, que he podido tener esa experiencia y aprender de la prosperidad, pero me parece que se trata de un aprendizaje que tiene varias fases. Es curioso, pero si pienso en todo lo que he ganado, lo que perdí ayer ha sido algo casi proporcional a lo ganado, quiero decir, antes si perdía plata eran solo unas lucas pero nunca ciento setenta, como ahora, es casi como si la vida misma se encargara de hacer una regla de tres. Da para pensar.