domingo, 10 de agosto de 2008

Hacia el fin del mundo

En una probeta muy ancha veo unas serpientes blancas que lentamente empiezan a salir por arriba. Cuando las dos serpientes ya han terminado de salir y están en el suelo se convierten en dos cocodrilos blancos. Asisto expectante a esta transformación, pensando que los cocodrilos son lentos de caminar, sin embargo, de pronto veo que ambos cocodrilos empiezan a caminar muy, muy rápido, demasiado como para poder estar seguro con ellos ahí. De pronto uno de los cocodrilos se pone al frente mío y pienso que (como vi en un programa de TV) si estoy al frente del cocodrilo es más seguro que si estuviera a su lado, sin embargo el animal se abalanza sobre mi y yo, para tratar de que no me muerda, le pego una patada a la boca abierta que trata de devorarme.

Voy camino al sur y es de noche en el bus, acabo de pegarle una gran patada al asiento frente a mi. El sueño del cocodrilo es mi primera señal que me llega en este viaje lleno de reminiscencias y, tal vez, con no muchas expectativas frente a nada. Hacía muchos años, mucho tiempo que no me despertaba agitado de un sueño y ahora, mientras voy camino al sur, hacia parte de mis orígenes, aparecen estos dos anfibios blancos, uno de ellos tratando de morderme y yo despertándome a una hora indeterminada de la madrugada dándole una patada al asiento delantero. El viaje, hasta ahora, ha tenido placidez y buena disposición tanto mía como de Maira, si bien está significando sobre endeudarme, gastar lo que no tengo y quitarle tiempo a mis estudios, justo ahora que vienen las entregas finales, pero qué mas da, la vida es breve, hay que disfrutar el momento, dios proveerá, solo se vive una vez, y todas esas cosas fútiles que se nos vengan a la cabeza, si bien no es mi costumbre hacer aventuras especulativas, al contrario: siempre he sido cauto en mis finanzas, pero ahora casi me da lo mismo todo, casi como si me animara un afán ciego por llevar mi vida al límite, por tentar la suerte y el destino, como si nada me importara.

Vamos al matrimonio del gringo, mi amigo, que se casa antes de que su mujer se vaya a UK a hacer sus estudios, él va a partir más adelante y está invitado a quedarse en mi casa los meses que se quede solo -y cuando yo me quede solo también-. Vamos al sur, por fin le puedo mostrar el sur a Maira, siempre quise hacerlo, no quería que se quedara con la imagen de que Chile es Santiago, nuestra hostil capital, no, quería que ella supiera, que conociera algo de esa belleza sureña, que respirara ese aire que llega a doler de lo puro que es, ese aire cargado a olor a leña quemada, a paisaje húmedo. Vamos al sur, casi, pienso ahora, como el último viaje que haremos juntos, por eso no me importa nada lo que venga después.