martes, 23 de octubre de 2007
Felicidad
A veces imagino cosas tan hermosas que no puedo ponerlas en palabras, imagino por ejemplo situaciones sociales deliciosamente armónicas, tanto, que parecen perfectas, como un mecanismo de relojería. A veces me descubro sonriendo, pensando diálogos imaginarios frente a mi público o a mis cercanos, y esos diálogos a veces toman la forma de un bello discurso, ¡cuántas cosas hermosas he dicho en mi imagnación! Hay veces en las que elaboro un psicodrama mental, donde participan seres o situaciones antagonistas y yo ahí intercedo eficazmente, logrando dar con la acción adecuada a la situación imaginada. Son tantos los escenarios donde me he imaginado, como un príncipe luminoso y benigno, adorado; son tantos los escenarios donde simplemente he sido uno más, dentro de un conjunto embellecido por la sincronía de los afectos y las situaciones. Pero hay una imagen que ahora se ha instalado dulcemente en mi corazón, y es ella, mi Cenicienta, quien ahora reina en mis escenarios interiores. ¿Dónde estará mi Cenicienta?
viernes, 19 de octubre de 2007
Identidad
Una vez convencido de que todo había sido algo así como un sueño, un dulce sueño, Roberto Porrado se resignó a guardar la zapatilla como una especie de recuerdo fetiche de una noche especial e inolvidable. Claro, la idea sería ir a buscar a la dueña de la zapatilla, como todos aquí esperan, pero su carácter melancólico y un tanto pasivo lo tiraba más a una cómoda ensoñación con características un tanto masturbatorias que a una actividad decidida y directa, es decir: se daba vueltas en lo mismo, sin otra opción que retornar, como un idiota, sobre la misma cosa una y otra vez. Estaba claro para él que en una ciudad de más de cinco millones de habitantes sería inútil, imposible, irreal pretender volver a encontrar a Cenicienta. Por otro lado pensaba "¿para qué?" Con un matrimonio a cuestas y varios hijos que mantener comprendía que Cenicienta hubiera salido corriendo, pero ¿y la zapatilla?, ¿qué?, ¿se trataba de un mensaje?, y si era así ¿cómo descifrarlo?
Finalmente decidió ponerse a escribir, como a veces lo hacía cuando las cosas no andaban bien o cuando la noche se hacía insomne o cuando, simplemente, le apetecía dar espacio a su imaginario inquieto y creador. Porrado sabía que como contrapartida a su carácter pasivo y a veces depresivo tenía en eso mismo, en esa característica, la llave que abría de par en par los rincones más intrincados de su corazón y por eso mismo esa noche se puso a escribir un pequeño cuento:
"El avión despegó sin contratiempos... menos mal, ¡qué miedo me da volar!, en una de esas todo podría desaparecer si se cae... me da lo mismo, vale la pena, voy a cruzar la cordillera y la voy a ir a ver, lo quiero hacer, la quiero ver, si, y si cae el avión todo habrá valido la pena porque... porque quiero conocerla. ¿A qué voy?, a verla, a estar juntos por fin, quizás... tal vez..."
Porrado sintió sueño o tal vez cansancio o hastío. Su historia le pareció un poco cursi, tal vez naif. Borró lo que escribió y empezó de nuevo.
"Él es mi sueño, voy a cruzar la cordillera para conocer a ese hombre, ¿cómo será ahora que nos conoceremos por fin? Me siento como una loba, como una loca, pero no importa, ha sido todo tan intenso este mes, todas estas noches chateando hasta la madrugada, ¿será realmente compartido todo esto que estoy sintiendo...?"
Porrado se empezó a exasperar. Nuevamente le parecía que estaba escribiendo cursiladas, además la idea de escribir acerca de amores por Internet le parecía absurda, más bien no creía en eso. ¿Cómo comparar ese tipo de historias con lo que había sentido esa noche con Cenicienta?
Porrado no podía permitirse ese tipo de pensamientos, es decir, si podía, se lo podía permitir, pero no podía menos que sentir algo de culpabilidad ante la sola posibilidad de mirar a otra mujer con deseo, con ese deseo como el que sintió cuando estuvo bailando con ella, porque sabía muy bien que si eso pasaba -si eso estaba pasando- era señal clara de que las cosas con su mujer, ahora si, andaban muy mal. Porrado no quería ver claramente que su matrimonio hacía tiempo que había fracasado. Por eso el recuerdo de Cenicienta le parecía tan perturbador. Con ella renacían en él ansias olvidadas y anhelos escondidos tras un rutina severa y adormecedora. ¿Qué podía hacer con todo eso que le estaba pasando?, ¿cómo encarar su fracaso pero también su posibilidad de renacer?
Finalmente decidió ponerse a escribir, como a veces lo hacía cuando las cosas no andaban bien o cuando la noche se hacía insomne o cuando, simplemente, le apetecía dar espacio a su imaginario inquieto y creador. Porrado sabía que como contrapartida a su carácter pasivo y a veces depresivo tenía en eso mismo, en esa característica, la llave que abría de par en par los rincones más intrincados de su corazón y por eso mismo esa noche se puso a escribir un pequeño cuento:
"El avión despegó sin contratiempos... menos mal, ¡qué miedo me da volar!, en una de esas todo podría desaparecer si se cae... me da lo mismo, vale la pena, voy a cruzar la cordillera y la voy a ir a ver, lo quiero hacer, la quiero ver, si, y si cae el avión todo habrá valido la pena porque... porque quiero conocerla. ¿A qué voy?, a verla, a estar juntos por fin, quizás... tal vez..."
Porrado sintió sueño o tal vez cansancio o hastío. Su historia le pareció un poco cursi, tal vez naif. Borró lo que escribió y empezó de nuevo.
"Él es mi sueño, voy a cruzar la cordillera para conocer a ese hombre, ¿cómo será ahora que nos conoceremos por fin? Me siento como una loba, como una loca, pero no importa, ha sido todo tan intenso este mes, todas estas noches chateando hasta la madrugada, ¿será realmente compartido todo esto que estoy sintiendo...?"
Porrado se empezó a exasperar. Nuevamente le parecía que estaba escribiendo cursiladas, además la idea de escribir acerca de amores por Internet le parecía absurda, más bien no creía en eso. ¿Cómo comparar ese tipo de historias con lo que había sentido esa noche con Cenicienta?
Porrado no podía permitirse ese tipo de pensamientos, es decir, si podía, se lo podía permitir, pero no podía menos que sentir algo de culpabilidad ante la sola posibilidad de mirar a otra mujer con deseo, con ese deseo como el que sintió cuando estuvo bailando con ella, porque sabía muy bien que si eso pasaba -si eso estaba pasando- era señal clara de que las cosas con su mujer, ahora si, andaban muy mal. Porrado no quería ver claramente que su matrimonio hacía tiempo que había fracasado. Por eso el recuerdo de Cenicienta le parecía tan perturbador. Con ella renacían en él ansias olvidadas y anhelos escondidos tras un rutina severa y adormecedora. ¿Qué podía hacer con todo eso que le estaba pasando?, ¿cómo encarar su fracaso pero también su posibilidad de renacer?
martes, 9 de octubre de 2007
Cuestionamientos
Cuando El Príncipe volvió a la fiesta con la zapatilla en la mano no supo entender de qué se trató todo eso. Claro, la velada había sido tan intensa como fugaz, con gusto a poco, pero sobre todo le había dejado una sensación de haber sido despojado de algo, ahora solo tenía una zapatilla en sus manos y una cierta sensación de angustia neurótica frente a lo desconocido. Pero él no quería psicologizar su vivencia y menos recordar lo que su analista le había dicho en la última sesión ("Ud. parece que siempre trata de protegerse frente a su temor de ser abandonado, intentando revertir la situación y siendo Ud. quien abandona... pero eso lo deja más solo, con una sensación de triunfo que a la larga recubre su propia frustración por no poder mantener el vínculo"). No, ahora surgían desde su interior, otras imágenes, otros pensamientos, y otra sensación... de abandono. El baile de esa noche y esa extrema liviandad de Cenicienta aparecían ante él como un anuncio de empresa trasnacional a página entera de El Mercurio. Entonces ¿cómo evitar ver el anuncio?, ¿cómo no volver a evocar su mirada ensoñada y el olor de su pelo? Es cierto, como tantas veces él habría intentado algo más, pero ese día había sido distinto y él ya había tenido ese presentimiento cuando vio esa imagen fugaz reflejada en el espejo. ¿Qué fue eso? Nunca había tenido una experiencia de ese tipo, tampoco había tomado nada como para que sucediera algo así, entonces ¿qué fue esa imagen? A veces El Príncipe se acordaba de sus padres juntos, en esos días de exilio en Alemania del Este: duros tiempos pero lindos fines de semana en los parques. Los recordaba -a sus padres- y los extrañaba, los añoraba, ¿serían ellos quiénes le hacían llegar mensajes y sería eso lo que vio en el espejo? Mientras guardaba la zapatilla en su mochila y se sacudía de estos pensamientos miró a su alrrededor, de pronto captó las miradas de dos mujeres, observándolo de reojo. Al devolverles la mirada les sonrió amablemente, con un guiño, y una de ellas le hizo un comentario a la otra.
viernes, 5 de octubre de 2007
Nike
Por la tarde el trabajo en la tienda había sido tan cansador como todos los días. Las dueñas del negocio -hermanas de Cenicienta- se encargaban de hacerle la vida imposible, manteniéndola ocupada todo el día. Sin embargo ese constante ejercicio iba embelleciendo más el cuerpo de Cenicienta, que joven y grácil, obedecía -y padecía- la permanente intromisión de sus hermanas envidiosas que, sedentarias y mandonas, se iban quedando cada día más fofas haciendo cálculos mentales para ver cuánto gastarían en una liposucción.
Después de limpiar el mostrador, donde estaban las zapatillas más caras, Cenicienta tomó una revista del corazón y se quedó absorta leyendo una noticia en la que se decía que El Príncipe (así le decían a Roberto Porrado, por un papel que hizo para "El trato" en la Universidad Católica) iba a asistir a la fiesta de la primavera. ¿Le darían permiso sus hermanas para salir más temprano para arreglarse? Sabía que no podía quedarse hasta tarde en la fiesta porque a la mañana del día siguiente debía abrir el negocio temprano y ella no era de carretear hasta tarde, pero quería ir, esa vez quería ir.
Después de limpiar el mostrador, donde estaban las zapatillas más caras, Cenicienta tomó una revista del corazón y se quedó absorta leyendo una noticia en la que se decía que El Príncipe (así le decían a Roberto Porrado, por un papel que hizo para "El trato" en la Universidad Católica) iba a asistir a la fiesta de la primavera. ¿Le darían permiso sus hermanas para salir más temprano para arreglarse? Sabía que no podía quedarse hasta tarde en la fiesta porque a la mañana del día siguiente debía abrir el negocio temprano y ella no era de carretear hasta tarde, pero quería ir, esa vez quería ir.
La sesión de capoeira
"El domingo Cenicienta practicó capoeira recordando la velada, mientras sus hermanas, odiosas, seguían torturándola diciéndole que la jinga no le salía bien, que su salto del mono era desequilibrado, que ella era fea, y otras cosas parecidas. A Cenicienta eso ya no le molestaba, no le dolía ni la hería, ahora estaba en otra y sus patadas circulares descendentes eran un preámbulo delicioso donde su cuerpo grácil se abría a dimensiones desconocidas del placer."
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